Verónica Ruth Frías como Mariko Mori  (1967)Tokyo
4 de Marzo 2007
Dolar, Granada.

Mariko Mori
En su obra fusiona las nuevas tecnologías informáticas y científicas, con iconos retrofuturistas, uniendo todo esto al pensamiento y espiritualidad asiática. Ella misma entra en su obra como modelo, en películas y fotos, en los que se combina la moda, el performance, la alta tecnología y el arte. Creando así, un personaje futurista.


DISFRAZANDO EL ARTE, O COMO GIRAR UNA PIRÁMIDE INVERTIDA

Gómezdelacuesta.

Puede resultar extraño que en un mundo como el de la plástica –de una evidente sensibilidad humanista- se evolucione por sendas que, poco a poco, vayan separándose del que debiera ser uno de sus principales elementos: el público. Efectivamente, mientras que cualquier otro sector -sobre todo si de creación, producción y comunicación se trata- tiene claro que renunciar al interlocutor, a la gente, es renunciar a gran parte de la viabilidad del proyecto; somos los del arte, precisamente, los que no parecemos tenerlo tan claro y optamos, en muchas ocasiones, por anteponer ciertas barreras intelectuales y levantar algunos muros que, en lugar de democratizarlo, lo reducen en su difusión y lo limitan en su propio mercado, cerrando muchas de las puertas que en realidad hubiésemos tenido que abrir.

No hace falta ser un gran experto en geometría para saber que la estabilidad de la mayoría de cuerpos va en función de las proporciones de su base, y no hace falta ser un gran sociólogo para tener claro que gran parte de las estructuras humanas –arte incluido- se rigen por estas mismas coordenadas. El aplomo de las cosas más sencillas y el equilibrio de las organizaciones más complejas pasan por poseer unos sólidos cimientos donde cada cuerpo, estructura y superestructura, entra en contacto con el lugar –físico o intelectual- que le da vida, para ir ascendiendo, ramificándose y mutando, hacia todos sus múltiples objetivos y algunas de sus más variadas e inevitables perversiones.

Es evidente que de la solidez de estos fundamentos, de la superficie de su apoyo, del número y de la fuerza de los elementos que la componen, brota la verdadera energía y dimensión de las ideas que genera: cuanto más poderosa sea la base, más y mejor se extiende la estructura que mantiene. Así, muchos de los fenómenos humanos que a veces padecemos y a veces disfrutamos, parecen tener bien entendido este concepto y buscan, con todos los recursos a su alcance, un sustrato humano que sostenga el desarrollo de sus contenidos, tratando de cimentar una bien diseñada pirámide –quizá la figura más estable- donde la potencia de su base, de su público, permita la evolución de sus proyectos.

Sin embargo algo falla en las plásticas. Nosotros, los del arte, pareciendo tipos listos hemos resultado ser los más tontos, no hemos sabido darnos cuenta que en nuestro circuito de propuestas, de galerías, de centros y de museos, tan impecablemente diseñado, muchas veces falta lo esencial, la figura del aficionado-consumidor-espectador de arte, y nos hemos entretenido en construir una peculiar pirámide invertida que, como todas las de su especie, difícilmente se sostiene. Olvidarse de la gente es, sin duda, un error imperdonable y es frente a este tremendo descuido contra el que interviene la acción artística planteada por Verónica Ruth Frías en su Disfrazando el arte.

Disfrazar el arte es un recurso sofisticadamente ingenuo, ingenuo por lo elemental de su propuesta, sofisticado por la osadía y la inteligencia de usarlo en este contexto y con ese singular objetivo. Desde una perspectiva sutilmente comunista de la producción, transmisión y consumo del arte, Frías decide visitar pequeños pueblos de Andalucía caracterizada como alguno de los grandes artistas contemporáneos y armada con una pancarta donde explica, brevemente, algo de la vida y obra del personaje representado, se pasea por sus calles disfrazada de Warhol, Dalí, Basquiat, Kahlo, Cindy Sherman, Lautrec, Lempicka, Hannah Höch o Mariko Mori, se deja observar y observa, interactúa con la gente y recoge sus reacciones: un trabajo de campo para ella pero, lo que es más importante, una labor de difusión para todos.

Con la alegría de una buena madre que, mientras juega con él, mientras le cuenta una historia, da de comer a su hijo, lo baña, lo ama o le enseña, Verónica Ruth Frías, con su sensibilidad de artista democrática, nos va explicando alguna de las mil cosas buenas que el arte –contemporáneo incluido- tiene, empeñándose en ir, poco a poco, girando esta temible pirámide invertida en la que el mundo de la plástica, por momentos, parece convertirse.